COMICO NAUFRAGIO EN FUERTEVENTURA
Yo narro, sin ser mi profesión, el gracioso suceso de una aventura informal, acontecida y sin premeditación alguna mía, en la mítica e intempestiva mar. ¡La mar!.
¡Que hermosura es la mar!. Te lo dicen las olas. Si no las oyes romper en la playa o contra las rocas algo falla. En el esperpéntico suceso acontecido yo era el infundado aprendiz de periodista que por circunstancias de encontrarme disfrutando de unas comunes vacaciones de verano entrevisté a un personaje real que quería ser un famoso aventurero. Quería inscribir su nombre solemnemente en las páginas de la Historia con mayúsculas. Su publicitada meta era cruzar el inmenso Océano Atlántico en unos troncos de madera. Su ruta a seguir sería distinta a la realizada por Colón ya que él saldría desde América hasta alcanzar la que en otros tiempos la llamaban España Imperial. El imperio donde no se ponía el sol.
La balsa estaba confeccionada por madera traída de las tierras inhóspitas del Amazonas. Fue una difícil tarea ya que conseguirla costo dos o tres muertos. Los muertos fueron indígenas. Indígenas que se pintaban el pelo de color rojo y azul. Estos defendían su tierra, su vida, no conocían más que su selva. El mundo para ellos era solo su alrededor.
Los viejos marineros no comprendían la grandilocuente atracción comercial montada en el puerto. El aventurero amarraría la balsa de troncos en el puerto para ser recibido por todas las autoridades del lugar y por una gran multitud de gente enfervorizada. Le estaban grabando desde su conmemorada partida desde América para realizar un gran y elaborado documental. Las cámaras de televisión aparecían por doquier para dar en directo su llegada a puerto. Les habían informado que estuviesen preparadas. Pronto llegaría.
Ellos eran tan solo viejos marineros y tan naturales como el mar. ¡Que bonito es el mar! Allí pasaban todas las tardes hablando de maravillas de la mar y de las mil historias audaces acontecidas en el inmenso océano en el que les había tocado vivir y pescar.
La historia que os voy a contar debió empezar porque nunca tuve rumbo fijo en mi vida o así lo dijeron los que me querían mal y por ello me aventure a sentarme en un banco tomando una cerveza junto a un marinero que llevaba la gorra de capitán. Este estaba más borracho que yo. Me hablo de la mar y de improvisto de cómo perdió un barco pesquero hundido por la destructiva furia del mar. Solo le quedo como reliquia de su cercano pasado una vieja y pequeña barca de remos. Como estaba borracho me invito a dar un paseo en su barca para surcar las azuladas aguas y para acercarnos lo más posible a una isla cercana y paradisiaca. Accedí rápidamente. Estaba cansado de lo que debía ser idiotez general. De la envidia o quizás tan solo quería a solas volverme a conocer. Yo nunca aspire a la fama, ni a las riquezas ¿para qué?, ¿para deslumbrar o joder a los demás? Eran unas preguntas tan estúpidas como mi situación emocional actual. Me había enamorado de una gaviota, de de todas las gaviotas del puerto. ¿Quién lo sabría verídicamente? Yo estaba realmente borracho, muy borracho.
Yo no sabía si pescar en el paseo marítimo o en la barca partiendo hacía la profundidad porque hay muchas maneras de pescar. Yo pescando quería averiguar, ¿no sé el qué?, pero necesitaba averiguar. Todo el mundo quiere averiguar. Algunos tan solo quieren averiguar para hablar soberbiamente mal de los demás. Pensaba yo herido por lo insustancial de una idiotez que en la profunda mar y en el extenso Océano que el único cotilleo admitido con sencillez y naturalidad por los curtidos navegantes eran las inusuales botellas lanzadas a la mar como natural petición de auxilio con un detallado mensaje en su interior aclarando la exactitud del lugar del naufragio, la hora y la fecha. Que frase más larga. Debe ser producto de mi cotidianeidad, de mi insustancial monotonía. Yo rememorando las tragedias de naufragios de siglos atrás por la tarde lancé, desde una roca donde me encontraba asentado, una botella con un mensaje informal cayendo esta precipitadamente y al libre albedrío en las cristalinas aguas de la mar. Se fue siendo transportada por las olas de siempre y las corrientes fieles a su naturaleza. Era todo un engaño y tenía como único fin el fin recaudador aunque no tenía ninguna marca comercial ni etiqueta pegado a su cristal para impresionar innotizandole al esperado receptor. En ella inscrito se establecía el sobrenatural pacto en el cual establecía que la agraciada persona que encontrase la botella tendría que mandarme 12.0000 euros o más ya que desde ese momento se transformaba dicha persona adquiriendo y representando el don de la suerte. Le prometía que a partir de que me ingresase el dinero en la cuenta que le detallaba a partir de un año le tocaría en la lotería 150.000.000 de euros. Y además sus deseos sexuales inconfesables se verían recompensados al divisar en las noches estrelladas una estrella fugaz.
¡Que no!, ¡que yo no lanzo basura al mar!. Yo no lanzo botellas a la mar. Como mucho un escupitajo, pero no lo hago mal. Que no me hagas caso que es una broma. Y además ya estoy tan borracho como el excéntrico y tozudo Capitán de barco que está a mi lado. Estaba tan hipnotizado por el Océano desde su fatídico naufragio que no sabía en qué siglo realmente hubiese querido vivir sin pudiese elegir.
Pero irremediablemente no fue broma que subí a su barca de remos de un metro cuadrado. Tan solo tenía aproximadamente un metro cuadrado. No me importó ya que quería navegar. Navegar como fuese y sin premisas. Quería navegar.
No me lleve cámara de video, ni de fotos, y quizás me arrepienta ya que no quedan por desgracia hombres así que fotografiar. Su rostro era el del típico marinero curtido y moldeado por la dureza del mar. No viene a cuento pero recuerdo que mil tatatatatatarabuelo fue un glorioso conquistador de las Américas. Del él conservo su apellido que no es otro que “Gran Sacacorchos”. El apellido ya no importa quizás porque no heredamos nada material suyo ya que perdió todos sus pertenencias en el juego estando nublada su mente por la bebida. Pero yo soy Sacacorchos a fin de cuentas.
Continuo. Mi abuelo gran juerguista como pocos conocidos en la Historia gano en una partida de cartas un mapa donde detallaban que la planicie de la tierra no era cierta y que había tierra más allá de lo conocido. En su tiempo la tierra aunque nos sorprenda no era redonda como un balón de fútbol como se nos compara en la actualidad. Antes era plana. Su irresponsabilidad se debió quizás a que guiados por un tal Colon se fueron a descubrir unos nuevos y exóticos bares y ventas más allá de la tierra conocidas y que tras descubrirlas las llamaron “Las Américas”. Para que comprendamos la comparación en el tiempo es como si les hubieran ofrecido allí chalet a bajo precio y bares nuevos donde sentirse rejuvenecido. Y lo principal en ese tiempo remoto es que te ofrecían allí una multitud de mujeres que conquistar como un Don Juan. Se montaron en un principio caravanas principalmente de solteros con destino a América. Todos querían conquistar. Para ellos era el verdadero paraíso. Perdón continúo con la narración primera.
Yo por lo que veis no tuve genes de duro marinero ni de afamado conquistador de las Américas. Aunque un rescoldo sí que debe subsistir en mí, en mí, en herencia genética al decidir que cuando me sea posible pondré un bar, restaurante, empresa de venta de pisos, fábricas y un puticlub no ya en la luna que aún soy joven sino que llevado por mi pensamiento visionario los pondré en Marte. No sería un capitalista antiguo ya que también pondría un huerto ecológico y una ganadería de reses bravas o seas toros de lidia para ayudar a su conservación y sobre todo para ayudar a la civilización trayendo unos monos como vistosa decoración con el único fin de sentirme a su lado como un ser superior. También me llevaría como ley de la civilización un orden de escalas de la levitación y una religión. ¿Cuál? Pues es muy fácil la que me pagué el viaje y me ayude a conseguir una gran fortuna. Quizás monte una religión nueva en la que yo seré el único Dios marciano. Todos tenemos un precio por no perder la cabeza. La mía no es de museo sino que es camaleónica como me dicen los adoradores de su subsistencia. La pondré en grandiosas y vistosas estatuas en todos mis dominios marcianos para que nadie se olvide de quién soy. Soy un ejemplo de la evolución, o sea el “Gran Sacacorchos y Cabezón”. Me desanimo porque hoy en día aún se estudia más a los neandertales que a mi razón evolutiva que tiene como axioma estoy hasta las narices de mí y de los demás. Y mi máxima es “y los demás de mi”
Bueno volvamos al grano, yo nunca he sido marinero ni investigador y tampoco me apetece ser un ejemplo de la IDIOTEZ. Hoy quiero sentir lo que sintieron los que cruzaron el océano siglos atrás sin un cordón umbilical.
Que sensacional es la visión del horizonte del mar que me ha emborrachar, bueno mejor dicho el milenario bar de la cofradía de los marineros situado en el puerto.
Estoy hoy borracho porque soy un sobreviviente de mi estupidez y ante el gran desengaño de los que se conforman con la simple idea de no querer ir a mis hoteles de Marte o del lejano Plutón. La gran mayoría quieren regresar a sus ciudades y a sus cotidianos puestos de trabajo sin más que contentos al poder mostrar sus fotografías y videos de recuerdo para realzarse ante sus familiares, amigos y compañeros de trabajo martirizándolos con sus multitudes de poses de modelo y sin profesionalidad ante estatuas y paisajes ya millones de veces fotografiados o filmados. Pues yo prometo y juro descubrir un planeta del que nadie quiera volver. No tendrá nombre porque utopía no me gusta cómo suena en la mayoría de los idiomas modernos y tendrá irremediablemente una extensión tan grande que será posible que en una zona del planeta la reserve para que nadie se vea con otro semejante durante años. Será su paraíso personal. Lo descubriré y colonizaré para que todo el mundo tenga un momento de paz y no haya guerras entre humanos. Así nadie podrá aprovecharse de los demás. La libertad total. O sea un país tan grande como España para que cada habitante se libere sin la obligación de cumplir normas creadas en sociedad. Que se vayan a freír gárgaras los que viven a costa de los demás sin ofrecer más que obligaciones. Descubriré mejor un planeta que cada uno tenga una extensión de terreno tan grande como América para vivir libremente y si luego quiere relacionarse con los demás pues que camine y vaya con buen pie. Esto no tiene nada que ver con el marinero en cuestión pero si con el descubrimiento que necesitamos los humanos tener o mantener viva en su genética como droga universal. Que droga más bella la aventura.
Prometo estudiar a los estudiosos después de escribir esta narración para que me informen de lo que es realmente ahora la verdadera aventura. Si lo prometo es para que no me llamen ignorante y porque lo malo sí breve mejor. Quiero ser en el futuro aventurero espacial. Ser un Astronauta. Quiero visitar otras galaxias y lanzarme a un agujero negro como antiguamente me lanzaba a la mar en noche sin luz.
La futura aventura me ha emborrachado de sinceridad. Necesito profundizar en el mar sin que nadie me descubra lo que cantan las olas de su más allá. Estoy cansado de bañarme tan solo en las playas donde no hay sinceridad.
“Las olas me golpean en la boca
Abierta
Contemplativa
y de ella sale espuma
todo ello sonorizado
por la voz repetitiva
de la garganta al chocar el agua y la sal.
Soy como una estatua
nacida para mirar
y esculpida en la roca
adornada de mejillones y cangrejos
donde me cantan los peces y sirenas
de especies
y de lugares del más allá
donde podré encontrar mi paraíso sin final”.
Yo no me lo creo pero estoy muy cansado de que comparen la espuma de las olas con la espuma de la cerveza que me bebo tan repetitivamente y reiteradamente sin parar.
-“Me gusta el vino y las mujeres soy un hombre universal.” - ¡Chimpum soy un hombre universal!.
No me gusta filosofar para que se le caigan las babas a unos cuantos. Bueno hoy en día estoy asqueado un poco de los engañadores de los demás. Chimpum soy un hombre universal. ¡Que bueno es el vino y mi razón o mí sin razón Universal!
Me he emborrachado porque hoy tengo miedo a lanzarme a la mar. Siempre hay un creyente de su vida personal que visitando y admirando la playa se caga en la mar, y mea y manda satisfecho todo tipo de suciedad. Me da miedo la mar. Y el que no me crea que se lo piense porque el otro día divise a diez metros de la playa una nueva ola transportando suciedad. Todos los ríos contaminados y grandes meadas desembocan en la mar: Si, me da miedo bañarme a las orillas del la mar.
Por todo ello y para evitar sus nauseabundos olores hoy he decidido adentrarme como audaz aventurero en la mar en busca de mi paz y de unas cristalinas aguas que admirar.
El gran día de partida del puerto amaneció de la siguiente manera cronológicamente detallado:
7:00 hora: Suena el despertador como anuncio de mí necesitada aventura.
7:15 horas: Me levantó y eso que estoy de vacaciones. Joder con el despertador que siempre suena. El culpable soy yo.
7:20 horas Hago mis necesidades y me afeito para mí posteridad.
7:25 hora: Me arrepiento de madrugar.
7:26 horas: Me auto convenzo de que si quieres aventuras tienes que madrugar como una penalidad más a disfrutar.
7:27 horas: Reflexiono que también madrugo para trabajar.
7:28 horas: Vuelvo a reflexionar que esto no es trabajar.
7:29 hora: Me pregunto: ¿por qué no he visto como vital y gran aventura el ver el lindo amanecer y realizado desde la perspectiva de una noche de vigilia junto a una mujer varado en la playa y conquistada por mi verborrea particular a lo largo de la noche ?.
7:30 horas: Me contesto a mi pregunta si quieres aventura no hay hedonismo que fomentar.
7:31 horas. Me olvido de todo y me voy a desayunar.
7:45 horas: Salgo del hotel y rápidamente ya siento la libertad acariciando mis sentidos al azotarme el rostro la autentica brisa de la mar. La visión del mar o mejor dicho en este caso el inmenso océano con profundidad me relaja al necesitar adentrarme en la mar sin más.
8:00 horas: Reconozco que he perdido el rumbo paseando y soñando.
8:01 hora: Me dirijo a puerto.
8:15 hora: Llego al puerto.
8:16 hora: Me olvido de todo lo anterior y me concentro para partir con el capitán. Es un hombre de palabra como yo. Aunque su bote de remos era más pequeño que las barcas de recreo del lago del Parque del Retiro de Madrid no dudó en llevarme como pasaje ya que alcanzamos el trato cuando los dos estábamos sumergidos en una borrachera descomunal. El autentico valor que poseía era cumplir su palabra dada. Aunque a veces le costaba ejecutarla. Pero no se lo note.
Siempre hay que ir al bar de los marineros aunque sea una pequeña aventura para ti. Algo aprenderás.
Allí estaba el marinero y pescador con su antigua caña de pescar. La gorra de capitán puesta al revés me mostraba su sinceridad. No era capitán de ningún barco. Su palabra era su gran tesoro al igual que su bote medio roto y medio lleno de agua.
-Monte- me dijo orgulloso de cumplir su palabra.
No lo dude no se ¿por qué? y me monte.
El bote casi se vuelca. No cabíamos los dos y la caña de pescar sobresalía por popa o por proa ya que era más larga que el bote. El bote se hundió más de lo normal y las olas dejaban parte de su agua en el interior como inesperado regalo real. También entraba agua por pequeño agujero.
-Toma- me dijo dándome una botella de agua de plástico recortada y me sugirió.- achica el agua con ella-
Así partimos, yo achicando agua constantemente y él remando con su necesitada naturalidad y maestría. Así partimos una mañana bonita de Agosto y con notoriedad del puerto de Corralejo situado en los mapas como debe de ser al norte de una isla de las Canarias llamada Fuerteventura.
Éramos un poema visual de la precariedad.
Nos hicieron un montón de fotos los madrugadores turistas desde el antiguo muelle de piedra donde paseaban. En la pequeña playa protegida por el muelle ya había gente bañándose. Otros pescaban desde el muro de piedra mientras nos miraban sumamente extrañados. Algunos no pudieron evitar sus risas.
Tardamos una media hora aproximadamente en salir del puerto. Él remaba haciendo verdaderos esfuerzos para que el bote no volcara y yo también hacía verdaderos esfuerzos para lo mismo mientras achicaba agua como un autómata.
Al llegar junto a un velero amarrado a las afueras del puerto se puso a su altura.
-Dame la cuerda que tienes bajo tus pies.- me indicó.
Mire y vi una vieja cuerda medio deshilachada. La recogí y se la alcance. Rápidamente ato la vieja cuerda a la cadena del ancla del velero y soltando cuerda nos alejamos del velero. Cuando la cuerda se tenso la ato a un cordino que llevaba en la proa o popa. Daba igual porque no había realmente ninguna diferencia al hacer referencia descriptiva de la proa o popa y entraba agua por todos los lados.
-Así no tengo que remar para pescar. Sino las olas nos alejarían llevándonos a la mar abierta. Y es difícil regresar solo con remos...-
Le mire asustado y el capto mi miedo. Intento calmarme ya que me dijo: -Si te vez capaz luego remas tu para regresar.-Acto seguido saco la caña y se puso a pescar.
No hacíamos ruido para no asustar a los peces que divisábamos bajo las cristalinas aguas. Me había asegurado que podría divisar algún delfín. Cada media hora aproximadamente pescaba un pez.
- Tengo que pescar 15 peces para asegurarme la comida de hoy.- me dijo- espero que no te aburras.-
- Esta vida es dura- le comente
- -Así es mi vida diaria, si no pesco no como ni bebo cerveza.-
Me compadecí de su pobreza pero al verle sonreír libremente ante mi obsesiva preocupación de que el bote volcara me enriqueció como persona.
El sonido del mar me sumergió en el más absoluto silencio. Solo hablábamos cuando sacaba un pez del agua y me contaba lo duro que era la mar. Me contó anécdotas de los pescadores y sus vivencias. Durante esas horas, casi inmóvil para no volcar el bote y achicando agua casi constantemente me encontré muy satisfecho de mi aventura. Disponía de móvil por si surgiera algún peligro. Me reconforto estar comunicado con la isla y todo el mundo mientras disfrutaba de la belleza de la mar. No había prisa. ¡Qué bonito es navegar! Uno no se cansa nunca de mirar al mar como a la lumbre encendida. Es una relajación personal casi divina.
Nosotros estábamos atados al ancla de un velero pero con la absoluta sensación de saborear el inmenso mar, su brisa y sus peligros. No me canso de mirar el mar.
De repente un fuerte aire marino sacudió la embarcación y las olas aumentaron peligrosamente su tamaño. Estas zarandeaban el bote sin piedad y metían más agua en el liliputiense bote sin timón.
Le mire a los ojos para preguntarle si teníamos que regresar ante el inminente peligro de zozobrar.
- Aún me faltan siete peces que pescar- me dijo con la naturalidad de arriesgar cotidianamente la vida y como cualquier pescador que debe dar de comer a su familia diariamente.
--Vale, continuemos, yo sé nadar.- le dije un poco asustado y porque no había sacado un billete de paseo como cualquier turista. Había concertado un viaje marítimo raro y ausente de pago. Le prometí un bocadillo y unas cervezas. Qué bien sientan en la mar junto a la bota de vino que llevaba como amuleto y con la cual había subido con anterioridad al Everett.
De repente aumento aún más la velocidad del viento y la altura de las olas. El bote se balanceaba para todos los lados. Inesperadamente la cuerda se rompió. El viento y el inmenso oleaje nos alejó hacia el mar abierto. Nos asustamos ya que tan solo con el Capitán remando y sin motor no podíamos volver al puerto. Era desmesurado nuestro peso para poder avanzar. Además teníamos al viento en contra y el oleaje nos alejaba. Para no agotarnos decidimos turnarnos en remar ya no para regresar sino parar alejarnos lo menos posible de la costa que ya se veía muy diminuta en el horizonte. Y esa costa era ya la de la isla de Lobos y no la de la isla Fuerteventura.
De repente vino una gran ola que como inimaginable ogro del universo volcó nuestro bote en un santiamén. Fue un momento de desesperación. Tragamos agua salada en un principio pero el fuerte instinto de supervivencia que poseíamos nos hizo reaccionar. Rápidamente dimos la vuelta al bote y como pudimos nos sujetamos a él mientras que con el bote de plástico achicamos el agua. La tarea nos duro aproximadamente 15 minutos de angustia pero lo conseguimos. Tras ello nos subimos al bote con el mayor cuidado. El mar estaba enrabietado. Nos tumbamos para que el centro de gravedad estuviera más bajo y fuera menor el peligro de volcar. No podíamos dirigir el rumbo ni llamar por el teléfono móvil ya que se habían mojado. No funcionaban. Estábamos perdidos en la inmensidad del Océano. Nos dejamos llevar por las olas con la única dedicación de conseguir que no volcase el bote. Esperábamos que la tormenta amainara. Tras tres horas ya alejados de las islas Canarias y el viento amainando nos incorporamos en el bote. Mayúscula fue nuestra sorpresa. A nuestro lado había un naufrago en una balsa de troncos.
-Joder- exclámanos mi capitán y yo al unísono al descifrar que nos encontrábamos perdidos en la mar- ¿Era el visible naufrago un espejismo? ¿Hasta dónde nos ha alejado el oleaje?- nos preguntamos instintivamente.
Nos acercamos al naufrago para congratularnos en nuestras penas. Con tres braceros alcanzaríamos mejor nuestro esperado salvamento. No queríamos que fuese este inesperado momento el final de nuestras enrevesadas vidas. “¡Que triste final más anónimo!” pensé.
-¡Oye! ¡Escúchanos! vamos a socorrerte.- le gritamos cuando nos acercamos. Con sus troncos y nuestro bote haríamos una balsa mayor pensamos rápidamente.
-¡Iros a tomar por culo!- nos grito con todas sus fuerzas.
En primer momento dudamos en acercarnos ya que pensábamos que estaba loco, que el sol durante sus días de naufragio hubiese dañado su cerebro convirtiéndole en una inmunda bestia humana, pero decidimos ayudarle igualmente. Debía estar trastornado por los días de naufragio bajo un sol abrasador y falto de compañía.
Cuál fue nuestra sorpresa que al llegar a su lado nos dijo que le dejáramos en paz, que estaba realizando una aventura financiada por diversas marcas comerciales. Consistía en conseguir un record Güines con el tiempo cronometrado y como novedad al atravesar el océano desde América hasta España con solo unos troncos de madera atados a modo de navío. En primera instancia creímos que estaba muy loco, absolutamente loco, vamos súper loco pero después comprobamos que sus troncos esculpidos estaban atados por cordajes de última generación y que llevaba una plataforma solar que le valía como moderna sombrilla. La pantalla solar alimentaba de energía eléctrica sorprendentemente su motor de hélice.
- ¡Iros, no me agüéis la fiesta, no me jodais mi aventura!- nos gritó a la vez que nos desafiaba con un bastón de mando después de darnos su corta explicación.
- ¿Cómo te vamos a dejar aquí solo y a merced de las inclemencias del mar?-
- No me jodáis el final de mi aventura y además mirar para atrás y veréis lo que viene detrás de mí.- Nos dijo mas complaciente ante nuestra natural actitud de querer ayudarle ante el peligro de su aventura.
Giramos nuestras cabezas y lo que descubrimos nos conmociono. -¡Joder!- Exclamamos atónitos. En principio no sabíamos cómo expresarlo de otra manera. Pero antes quiero decir que esta fue mi primera, única y circunstancial entrevista al aventurero que llenó, alcanzando la gloria, las páginas de los periodismos y revistas del corazón con su peculiar aventura de atravesar el océano navegando con troncos de madera y movido con una pequeña hélice de energía solar.
Bueno, pasamos de la entrevista y continúo con la intrépida aventura. Lo que vi al girar la cabeza me conmociono, era impresionante, inconcebible, impensable con mi soledad de naufrago, no podía dar crédito de ello, ya que seguía fielmente al intrépido aventurero de los troncos anudados un navío muy grande, ¡un transatlántico!, como un inverosímil espejismo. Era un crucero transatlántico que también servía de avituallamiento para tal científica empresa ya que iba provisto de comida de subsistencia o sea de latas de conserva solamente para el intrépido aventurero y de comida de diseño para los intrépidos periodistas y cámaras de televisión que grababan la grandiosa aventura desde la inicial salida del puerto Americano. También estaba lleno de turista que seguían al aventurero como una atracción más. Pero lo que más me conmociono al girar la cabeza y contemplar aunque casi se nos lleva por delante era el grandioso portahelicópteros de la Armada Española que le acompañaba para protegerlo. Daba solemnidad a dicha expedición.
Decidimos, alegres por ver salvadas nuestras vidas y conmocionados por el final de nuestra penalidad, que yo regresara en la lancha de la Guardia Marítima del puerto de Fuerteventura y él como tozudo y orgulloso marino en su bote aunque fuese arrastrado por una cuerda amarrada a uno de los barcos de la expedición, ósea al Portahelicópteros.
Yo como os comenté llegué en la lancha de la guardia civil que fue avisada de nuestra particular odisea. Ya en el puerto pueblo de Corralejo y apoyado en el monumento a los marineros le vi llegar altivo en su bote, como cualquier capitán que arriesga la vida en el mar sin llevar comunicación de ningún tipo en sus barcas cuando se aventuraban en la mar. No sé cómo consiguió que remolcasen su bote pero me imagino que se negó a abandonar su pequeño bote alegando no se qué leyes marinas y poniéndose la gorra de capitán de barco con orgullo y decisión. O tal vez se puso tozudo y les dijo que se negaba a abandonar su bote: - Yo de aquí no me bajo mientras viva, ¡joder!-
Yo había tenido la suerte de percibir y sentir los que sentían los ancestrales marineros al navegar sin un cordón umbilical que les uniese a tierra firme con cualquier comunicación, ya se radio, móvil o cualquier conexión. Había sentido la inmensa soledad ante el inmenso mar y la indefensión ante su temida naturaleza cruel e indomable.
Situado en la elocuente estatua dedicada a los eternos marineros en el puerto de Corralejo, y mirando fijamente al mar, sentí la angustia de las familias de los valientes marineros que siempre esperaban su regreso sin tener antes ninguna comunicación con ellos en su faena diaria, semanal, mensual o anual y sin otra ayuda que no fuese más que implorar con sus rezos a la divinidad del lugar. No sabían ni cuando, ni cómo y en qué estado llegarían hasta verlos amarrar en el puerto y a veces, a veces y numerosas veces no regresaban nunca, Nunca.